Esquivel, el gran excéntrico edulcorado
La música de Juan García Esquivel, nacido hace cien años en Tampico, es un lugar de paso, tan ingenioso y experimental como monótono. Su ligereza narrativa la vuelve, sin embargo, entrañable.
Brian Eno cuenta que desarrolló la idea de su Music for airports tras ser atropellado por un auto. Durante su convalecencia, una amiga le puso un disco de arpa. En estado de shock, e incapaz de hacer mucho más, Eno pasó varios días escuchando cómo el sonido del arpa se unía al de la lluvia, formando otra cosa que en ese momento no alcanzaba a descifrar pero terminó convirtiéndose en la semilla de lo que hoy conocemos como música ambiental. En ella, el espacio acústico es un escenario en el que suceden muchas cosas a la vez: se puede poner atención en ciertas partes o se pueden dejar ir, como un sonsonete lejano, como la gotera que escuchamos entre sueños, la orquesta de claxonazos de la avenida más cercana o el sonido difuso de la televisión en la habitación vecina.
¿A qué viene esta historia de Eno? De algún modo, su música ambiental es heredera del lounge de Juan García Esquivel. Frente a la frialdad y constante vaivén de los aeropuertos de Eno, el lounge se refugia en un espacio íntimo y acogedor, un salón de descanso. Se trata de un género musical derivado del jazz y desarrollado a manera de las grandes bandas de los años cincuenta. Acaso más un modo de interpretación que un género definido, en el lounge caben muchos estilos como el jazz, bossa nova, mambo, chachachá.
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Es emocionante escuchar la voz pausada de Juan García Esquivel que, desde un tugurio perdido, dice: “Amigos, los saluda Juan García Esquivel desde el Victorette. Tendré el placer de ofrecerles una tanda de música bailable que iniciamos con ‘Collar de perlas’ en ritmo tropical”. El tono minucioso y discreto del padre del pop de la era espacial remite a las intervenciones que hacen los DJs de los sonideros: presentaciones habladas que dan un aire, si no abiertamente cómico, sí ligero y vacilador que es característico del género y le otorgan una veta narrativa. Las canciones trazan una historia que contribuye a que el escucha las asocie con una música familiar, accesible, acogedora, que habla al oído.
Acaso el gran mérito de Esquivel radica justo en eso. Con un puñado de sujetos, incluyendo a Henry Mancini, creador del tema de La pantera rosa, y a Les Baxter y Dick Hyman, que también trabajaron en el mundo del cine, Esquivel inventó un género apócrifo, casi fantasmagórico, que te invita a estar inmerso en una película de Mauricio Garcés, un capítulo de Los ángeles de Charlie o de Odisea Burbujas.
En la XEW-AM, Esquivel conoció a Silvestre Revueltas y fue, junto con José Ángel Espinoza Aragón, Ferrusquilla, parte del grupo de afortunados que aprendieron de él. La relación no resulta extraña para quien lo escuche con atención: hay en su música un uso orquestal rico e ingenioso que revela la influencia de su mentor.
En el lounge de Esquivel destaca el uso del estudio de grabación como instrumento. Cuentan quienes lo conocieron que era muy perfeccionista y que hacía muchísimas tomas antes de quedar satisfecho. Esquivel fue, de hecho, el primer compositor que hizo una mezcla en estéreo de manera comercial. Además, experimentó con técnicas de microfoneo, delays de cinta, la electroacústica mezclada con los metales, con los coros puntillistas. El sonido “esquiveliano” se volvió tan característico que la compañía de instrumentos musicales Fender-Rhodes trató de captarlo en un piano eléctrico que lleva su nombre.
Estas excentricidades lo harían pasar a la historia como uno de los compositores más extraños y atrevidos de México, si bien su trabajo ha brillado más en el exterior.
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Originario de Tampico, Esquivel pasó sus años profesionales más prolíficos en Estados Unidos, haciendo del mexican curious un gesto artístico, un atrevimiento musical al que da rienda suelta con sus arreglos, logrando esa sonoridad que levita sin pertenecer a ningún lado. Su música no es protagónica. El uso de partes habladas en las grabaciones puede estar mezclada con otros eventos puramente sociales –“¿Cómo resultó el matrimonio de la tía Josefina?–, mientras suena una extraña y deformada versión de “Guadalajara”, una melodía burda que como por arte de magia se hace tolerable
La música de Esquivel es una antesala, un lugar de paso, un espacio para chacotear. Aunque eso por momentos la vuelve ligera, digerible, también es lo que hace pensar que su obra es una misma pieza repetida. Podría decirse que hay cierta sensación de vacuidad que, si bien a veces funciona a su favor, puede volverla monótona y aburrida.
Acaso esta monotonía hace que sea difícil escuchar a Esquivel sin que vengan a la mente escenas de ciertas caricaturas, donde la música acompaña una narrativa humorística, en donde nada se puede tomar demasiado en serio. Su optimismo no conoce límites: al escuchar su arreglo de “La Bikina”, me pregunto ¿cómo es que Esquivel logra hacer llevadera esta tortura? La respuesta: omite la letra por completo, lo cual nos hace pensar en un tecladista de Sanborns que, aunque falto de brío musical, resulta simpático.
La música de Esquivel parece hecha para sonar al fondo sin representar un desafío para quien la escucha: son armonías del jazz diluidas, incluso azucaradas, que no obligan a nadie a detener lo que está haciendo para prestarles atención. A esto contribuye que Esquivel sea muy económico con las letras: las recorta hasta dejarlas en una expresión mínima parecida al eslogan publicitario. De hecho, una de sus anécdotas más conocidas es que fue de los compositores considerados para hacer el jingle de Windows 95, que finalmente le fue encargado a Brian Eno. Algunas veces las grandes puntadas biográficas están en el camino de lo que no logramos hacer.
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Si bien la música ambiental de Eno no tiene el extraño glamour que te traslada a ciertas películas, es parecida al lounge: ambas son músicas a la que es posible ponerles o no atención, melodías que se difuminan entre las pláticas y los tintineos de las copas de martini. En este sentido, el legado de Esquivel, si bien un tanto superficial, tiene la fuerza de aquello que se estacionó en la memoria colectiva como algo permanentemente novedoso. Con los años, se ha convertido en música de culto para quienes conocen apenas por encima la historia de la música electrónica y experimental, o para quienes se han acercado a su música a través de las películas que la hicieron famosa. Esquivel es el gran excéntrico… con dos de azúcar.
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