Prótesis I y II, 2018
Prótesis I, 2018
Emilio Hinojosa Carrión
Prótesis II, 2018
Emilio Hinojosa Carrión
La tradición de los maestros de capilla y la primera huelga del país
Emilio Hinojosa Carrión
«El empleo del “don” honorífico con el nombre del autor nos señala que se trata de un compositor indígena, pues solamente caciques indígenas y los inmigrantes españoles con el rango de oidores y otros aristócratas podrían usar el nombre de “don” en el México del siglo xvi»
—Robert Stevenson
Los maestros de capilla
Como tantas otras cosas de nuestra cultura, las bases de lo que entendemos ahora como «música mexicana» se gestaron en su mayor parte durante la época del virreinato. En aquel momento las tradiciones europeas florecieron sobre el riquísimo y vasto terreno del legado indígena, que de por sí era sumamente diverso y prodigioso en casi cada renglón que los historiadores, antropólogos y arqueólogos han documentado para nuestra fortuna: vestimenta, gastronomía, ceremonias religiosas, organización política, conocimiento astrológico, técnicas militares, entre otros.
Y uno de los primeros y más fascinantes capítulos de esta manifestación cultural lo hallamos con el papel que desempeñaron los llamados «maestros de capilla». Se trataba de un gran cargo honorífico y sus responsabilidades eran muchas, básicamente eran responsables de todos los asuntos relacionados con la música en determinado templo de importancia, como la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Debían responder a muchas actividades: desde dirigir el coro y los ensambles para cada misa, encargarse de los ensayos, reclutar a quienes cantarían durante los oficios e incluso componer las obras que se tocaban en las celebraciones clericales, particularmente misas. De acuerdo con la envergadura del recinto en el que trabajaban, los maestros de capilla también podían comisionar composiciones a otros músicos y maestros de capilla en diferentes regiones de la Nueva España.
Para obtener el cargo era indispensable ser valorado y que el aspirante mostrara un gran dominio de sus cualidades musicales. Para ello se realizaba un riguroso y largo examen, que duraba varios días. En estas jornadas, debían resolverse ejercicios teórico-musicales, mostrar conocimientos de armonía y contrapunto, así como amplia pericia en el manejo de los ritmos. Uno de los desafíos más complicados consistía en hacer «un motete polifónico sobre un cantus firmus y un villancico “de precisión”». Esto quiere decir que se le daba al aspirante algún texto utilizado en las misas, y las sílabas del texto —dotadas de significación musical: Do, Re, Mi, Fa, etcétera— debían corresponder con las notas en una partitura.
Para entender mejor el gran conocimiento y talento que estaban en juego, el musicólogo J. J Estrada. afirma que «el maestro de Capilla tiene que ser un compendio de la ciencia musical de tal suerte que lo que un músico ignore, el maestro debe saberlo y el que otro lo sepa, el maestro no lo ignore…».
Hernando Franco
El primer maestro de capilla de la antigua Catedral de México fue Juan Xuares, quien desempeñó el cargo de 1538 a 1556; luego lo sustituyó Lázaro del Álamo, que en 1570 cedió su puesto a Juan de Vitoria. Éste último lo heredó a Hernando Franco en 1585.
Franco ha sido reconocido como el primer compositor «mexicano». Llegó a la Nueva España en 1554, a la edad de veintidós años , y viajó a la catedral de Guatemala, donde se desempeñó como maestro de capilla. Volvió a la capital de la Nueva España en 1585 y le otorgan el mismo título en la Catedral Metropolitana, mismo que conservó con muchos exabruptos hasta su muerte. Su maestría y técnica son reconocidas internacionalmente y requiere un especial atención en su polifonía y su interés natural por el sincretismo. Llevó la actividad musical de la catedral a un punto tan importante que fue comparado con las mejores capillas del viejo continente.
La música de Hernando Franco fue redescubierta hace relativamente poco, pues se creía perdida. Se conocen hasta ahora tres misas breves, dieciséis versiones del Magnificat, unas Lamentaciones y una veintena de motetes que incluyen dos versiones del Salve, toda música religiosa, como era propio por la función que realizaba. Este eminente polifonista puede ser comparado con los mejores de su época, como Tomás Luis de Victoria, Giovanni Pierluigi da Palestrina, Orlando di Lasso o John Dowland, entre otros.
Sincretismo musical
Fray Bernardino de Sahagún creó el colegio de Tlatelolco, colindante al Zócalo, una escuela donde se enseñaba a los indos las técnicas del canto llano y la notación musical. Fue un intento evangelizador que siguió los pasos de la primera escuela de música del continente, creada en Texcoco por el franciscano don Pedro de Gante —cuya memoria se conserva gracias al nombre de una calle de nuestro Centro Histórico—. Varios de quienes pasaron por dicha escuela, sobre todo indígenas nobles, se formaron como músicos; y muchos de ellos llegaron a la orquesta o el coro de la Catedral Metropolitana a cargo de don Hernando Franco.
Existe aún un debate sobre si la pieza Dios Itlazohnantziné es realmente de la autoría de Franco, pero de lo que no cabe duda es que se trata de una de las primeras manifestaciones del sincretismo musical, pues es una cantanta que reúne las formas canónicas europeas con un libreto para ser ejecutado por músicos en idioma náhuatl.
En aquellos días, Franco fomentó que se escribieran misas con los cantos traducidos al náhuatl y a otras lenguas indígenas, un ejemplo prácticamente único en el mundo novohispano. Mediante esta estrategia se logró consolidar una capilla fructífera y asidua de nuevos adeptos, de músicos y cantantes indígenas que tocaban tanto instrumentos europeos como autóctonos, pues ejecutaban con naturalidad tanto los violones como las chirimías, por ejemplo.
Los testimonio sobre don Hernando lo pintan como una persona temperamental, de carácter solidario, un músico aguerrido y fiel a sus principios. Y esto lo muestra un episodio que algunos no dudan en tildar como la primera huelga de la Nueva España.
En 1582 llegó la orden de la Corona para que los salarios de los músicos de la catedral fueran reducidos a la mitad; bajo el pretexto de no estar en condiciones de seguir manteniéndolos y de que sus servicios no valían para tanto quisieron ajustarles el sueldo de seiscientos a trescientos pesos oro.
Para oponerse al injusto recorte salarial, el 6 de julio de 1582 los músicos encabezados por Franco realizaron un paro laboral conocido como las «gargantas calladas» y se negaron a cantar, enseñar en el coro y cumplir los deberes generales de un maestro de capilla.
Tal fue la fuerza del grupo de músicos que el arzobispo intervino prometiéndoles nivelar su salario, «pues que en la flota que se aguardaba vendría la merced de los dos novenos que estaba suplicando a su Majestad fuese servido hacer limosna a esta Sta. Iglesia» (Eloy Cruz, De cómo una letra hace la diferencia). Así se saldaron los adeudos contraídos y se reinstauró la relación.
Así, don Hernando Franco asumió que su papel no sólo estaba frente a las partituras, pues su labor ayudó a forjar comunidad con los habitantes indígenas y a defender los derechos de los suyos. Fue uno de los grandes artistas, junto con don Manuel de Zumaya, don Ignacio de Jerusalem y Stella o la propia sor Juana Inés de la Cruz, quien también realizó composiciones musicales. Todo ellos brindaron un patrimonio sólido para estos tiempos, a los que habrá que acercarse y estudiarse, pues hay mucho que aprenderles a ese puñado de grandes de todas las épocas.