Simulacro
“No estoy seguro de si es mía la observación de que el arte wagneriano y el ramillete de flores secas (con plumas de pavo real) pertenecen a una misma escuela.”
Thomas Mann
¿Cuántas veces nos hemos reunido a escuchar el fuego? Pensemos en un incendio controlado, estable, en la piromanía hecha por un geómetra, por un cuentista donde cada elemento está ahí por una razón. No una fogata, las fogatas tienen su propio mundo, las chimeneas tienen su propio cuarto donde vemos la madera desgastarse y tenemos revelaciones.
Cuando un incendio empieza, se expande hacia sus rincones predilectos. ¿Qué lleva al fuego a habitar una casa? El camino del fuego es un hilo de sonido, un desencadenamiento acústico que se lleva todo lo posible en su recorrido: revienta los focos, hacer trinar los manteles, desnuda las cortinas, engendra un sonido puntillista con el plástico, el quiebre de platos y tazas, al someter al trinchador de magnolia y el sentimental sonido de libros quemándose. Rompe las puertas y ventanas, mientras huye dejando su rastro. Donde ocurra, el incendio es una batalla contra los bosques. La combustión lenta de los retratos en nuestras paredes, qué vehemencia la de estos seres resistiendo el ímpetu del fuego, los termina por volver almas de humo que retornan al aire. Las almas de lo doméstico hablan el idioma de la destrucción. Es baladí el metal resistiendo los oleajes del fuego. Los insectos, en cambio, huyen, pues entienden los simulacros de la naturaleza.
La arquitectura y el fuego son inseparables. Peter Zumthor explica la realización de la Capilla de humo –Capilla Brother Claus– de esta manera: el proceso de su realización es el siguiente. Unos troncos de madera dispuestos en la forma aproximadamente cónica del habitáculo definitivo, sirvieron de molde inicial para el vertido del hormigón que habría de otorgar la masividad al conjunto. En la parte superior se procuró un hueco que había de servir para el tiraje del humo producido por la posterior quema de dichos troncos durante el plazo de tres semanas. Al retirar los restos del molde apareció la huella de la madera chamuscada, palpable visual y olfativamente, sobre el otrora viscoso material, ahora endurecido, solidificado.
¿Qué tan artificial es un incendio dentro de un cuarto? Las llamas son vociferaciones de los bosques que la habitación trastoca. Podemos hablar de eso como de una catástrofe, un descuido, un mal augurio, pero al final el percance sucede y germina la acústica incidental, la fractura de las paredes carcomidas, el yeso retinto, soberbio. Al final, sólo queda la partitura de la ceniza.
En una habitación el incendio se encapsula, hace un cuerpo, venas que fluyen, tendones que se arremeten. Nunca antes la arquitectura tuvo tanto sentido. El aire alimenta las llamas hasta volverlas llamaradas (qué bella la expresión llamarada de petate).
En su serie Tierra de brujas, la fotógrafa Maya Goded nos presenta este camino de yerba incendiándose que evoca el trayecto hacía un inframundo particular: un sendero dantesco donde se escuchan súplicas, verbos. En la foto, las yerbas mantienen una frescura que sorprende, se van haciendo cenizas como una coraza: aliento de combustiones.
Vemos una instalación de fuego controlado ante tres sillas vacías como esperando la furia. El camino nos lleva hacia alguna parte. Dice el Génesis: He aquí el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? Vemos en el techo una ventana, un escape, el halo de luz de las abducciones extraterrestres: He aquí, cuando nosotros entramos en la tierra, tú atarás este cordón de grana al piso plano y tú reunirás en tu casa a tu padre y tu madre, a tus hermanos y a toda la familia de tu padre. Prenderás el fuego y la ventana será el halo de las pinturas renacentistas, donde Dios pone sus ojos: Y sucedió que, puesto el sol, habiendo ya oscurecido, vio un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre los animales divididos.
¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Saldrá el humo a abducir a los vecinos, este acto de brujería mesura el sonido, el cuarto se prepara para mandar el fuego al cielo. Paneles defenestrados, vanos esquivos, explosiones voluntarias, los gases mediocres, esquinas que guardan vapores. Esperamos un orden sonoro en los cuartos que se incendian. El fuego es inequívoco y remata para brindar el silencio más rotundo al terminar su trayecto.