Sincronía, 2014
Sincronía, 2014
Emilio Hinojosa Carrión
Sincronía
Sincronía, el proyecto en colaboración de la artista visual Lorena Mal y el compositor Emilio Hinojosa Carrión, es una pieza articulada a partir de una multiplicidad de niveles. Se trata de un ensamble para dos pianos ejecutados por cuatro músicos, que retoma la estructura sinfónica clásica al estar concebido en cuatro movimientos. A ello se suma la proyección de trabajo visual, así como la exhibición de materiales gráficos, notacionales y la partitura propiamente dicha.
Esta simple descripción de sus componentes aurales y visuales está lejos de agotar sus alcances. Es necesario añadir que estamos ante una obra procesal. Su punto de partida es una minuciosa recopilación de datos acerca del pulso en ochenta y ocho especies animales, pertenecientes a categorías taxonómicas diversas. A cada una de las ochenta y ocho teclas del piano se le asignó una especie mediante una tabla de equivalencias que contempla diferencias significativas en cuanto a los estados físicos del animal, desde el reposo absoluto de la hibernación hasta la actividad intensa y las situaciones límite. Estas mediciones de la frecuencia cardiaca en golpes por minuto (bpm) brindan los modelos percutivos, las células rítmicas y los ciclos temporales que podemos escuchar. También determinan los cambios en las distintas gamas cromáticas de las proyecciones.
De esta manera, la estética de Sincronía, si puede llamársele de este modo, no obedece a asociaciones subjetivas o desdoblamientos personales. Por el contrario, se define por el tratamiento de distintos flujos informativos. No sólo en lo relativo a la investigación inicial, sino porque replica estas dinámicas de creación de datos; los resitúa, los inscribe en un espacio donde se vinculan mutuamente, estableciendo de esta forma correspondencias entre distintos sistemas. Éstos emergen en una economía de las diferencias que lo mismo les permite comunicarse entre sí que cobrar distancia, siempre a condición de expandirse y prolongar sus tensiones en el tiempo. En un tiempo que ellos mismos generan.
Las implicaciones de lo anterior son muy vastas. Olivier Messian, por citar un ejemplo, también basó composiciones en el canto de las aves (no sólo en su obra de 1958, sino como una constante en toda su producción). Pero mientras que el compositor francés tiene una clara inquietud por la exploración tonal, en Sincronía hallamos el acento en el aspecto horizontal de la música, su transcurrir, la manera en que fluye con el tiempo, para alterarlo o, en el menor de los casos, transformar nuestra percepción de él, nuestra vivencia de la duración.
De esta manera, nosotros, en tanto que espectadores, también entramos en el juego. Si la pieza pasa por las constantes reescrituras de estados corporales animales, al recibir sus estímulos experimentamos la transformación del estado físico propio. Por lo tanto, su distancia perceptiva no se elimina, cuando menos se relativiza; se cuestiona la rigidez identitaria entre la obra-objeto y el sujeto-receptor. Es decir, se establece una realidad rítmica que por su propio encantamiento convoca todo en su seno. Es el poder del pensamiento analógico que, históricamente, ha constituido un binomio entre la presencia animal y sus resonancias simbólicas, míticas, escriturales y oníricas. Bien podría ejemplificarse a través de numerosos casos que la musicología ha encontrado en las llamadas «sociedades primitivas», como el papel determinante de la imitación vocal en la caza o la existencia neumática de una voz y una sombra. Una experiencia de la que bien puede darse cuenta al recordar las palabras de Saint John Perse: sólo «el animal sabe muy bien qué fuerzas nos celebran».
Jorge Solís Arenazas
Ciudad de México, agosto 2014