El azar y la necesidad (Silba Silva, 2019)
Hálito terco que se empeña en declararse, el silbido es aspiración a las alturas; cumple con el dictado de la física aristotélica, que quería convencernos de que las cosas tienen un lugar propio —el suyo: arriba—. Estremecimiento lánguido o irrupción inesperada, es siempre un idioma sin cuerpo, un mensaje sin emisor ni oyente, que recorre la escala de su desaparición sin terminar de extinguirse por completo.
*
La primera vez que escuché “Silba / Silva” —o al menos una de sus posibilidades— imaginé un planeta todo aire, atmósfera sin núcleo sólido que se paseaba, cíclica, en un cosmos paralelo. Vapor de agua —nubes— y ventiscas huérfanas. Y, en medio de aquello, los pájaros: parvadas condenadas a volar sin tregua, cantando hasta que la muerte los agarra. “Silba / Silva” hace, de la errata, intuición; de la intuición, atmósfera. Una galaxia fundada en el error —errante.
*
Mi bisabuelo, al final de su vida, era casi un canario. Pasaba las horas en una silla de ruedas (jaula), en una esquina del comedor, silbando. Desde antes de abrir la puerta de aquella casa, se oía su solitario chiflido, recorriendo los cuartos con melodías que ya nadie recordaba, improvisaciones o ruidos aleatorios que exasperaban a la familia. Su lucidez se fue desvaneciendo en los últimos años, y también su memoria, pero el silbido persistió como una de sus últimas funciones.
*
Atrás de una respiración hay otra: aire ominoso que se persigue a sí mismo. En mi diccionario de falsas etimologías, el silbido es sílaba sin saliva, sábado sin salvación posible. Emblema de la desocupación, chiflar es hablar consigo en un lenguaje lábil. Sólo los álamos escuchan.
Daniel Saldaña París